Jaime Compairé se presenta en Blanca Berlín Galería con una nueva colección de paisajes vacíos e inquietantes por los que deambulan los habitantes habituales de su personalísimo universo. No es casualidad que lo haga por segunda vez en poco tiempo: la ironía crítica con la que reflexiona sobre los grandes temas, su poética comprometida y sugerente, la complicidad que establece con el espectador, y lo innovador de su técnica (a medio camino entre la fotografía y la pintura) hacen de este poliédrico creador uno de los autores imprescindibles del panorama actual.
Y luego, ciertos descreídos de mi estilo (faltos de sueños y hartos de hacer cola en el mostrador del check-in) elegimos las noches para estrellarnos por un camino que arranca en la terminal de tu propio hipotálamo y te lleva directo al centro de la niebla (no lo busques en la guía Campsa). Justo aquí es donde me he cruzado con unos cuantos de estos viajeros desnortados (colgados en las paredes de la galería de Blanca parecen más colgados todavía) que más que viajeros deben ser viajantes, a juzgar por su equipaje excesivo. Somos tan ingenuos que tendemos a sentirnos inmortales (o por lo menos, de larga duración como los parados) y, en lugar de conformarnos con lo puesto, reventamos la maleta por si el viaje se alarga hasta el infinito y más allá. Como si no supiéramos que la vida es un camino sin vuelta. Que no se rebobina. Que sólo tiene play y off. No retorno.
Jaime Compairé. Noviembre 2009
BLANCA BERLÍN GALERÍA
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