lunes, 23 de junio de 2008

ALBERT CORBÍ

"BERLÍN"
ROSTROS BORRADOS. HUELLAS DE CARTELES EN LAS PAREDES

Berlín. Albert Corbí 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10


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Berlín © Albert Corbí

Nadie mira la lenta descomposición de lo que no existe. Pasamos rozando como las alas del ángel. Una vida inanimada late en los murales, pero todo el mundo pasa, pasa y mira al suelo. Berlín, la metrópolis, se cierne ante los ojos del fotógrafo recién llegado. Albert Corbí, llega desde su Mediterráneo con hambre de capturar con su vieja Leica un poco de la leyenda de la capital de la Mitteleuropa.

El ángel, el cielo, los subterráneos, los pasos perdidos. El gran escenario saturado de guiños, poblado de leyendas modernas. Pero a espaldas de las construcciones y los parques, el zoológico y los museos, los cines y los barrios del Este, a espaldas de todo lo más rimbombante, mira entre los escombros. Y encuentra una vieja revista de moda con las páginas humedecidas y su melancolía le lleva a la misma mirada que esos pasajeros que encuentra mirándose a sí mismos, perdidos en la soledad de los andenes del metro. ¿Qué hacemos mirando lo que ha sido ya mirado tantas veces y caído en desuso?

Estamos en Berlín y la historia que se apodera del fotógrafo es una historia de un ready-made, como la rueda de la bicicleta de Marcel Duchamp, algo que inconscientemente gira en la mente, un laberinto del que el espectador cae súbitamente prisionero y va envenenado su mirada.

Cuando, hace unos años, Albert Corbí mereció el Nuevo Talento Foto por el trabajo Red Night, se adivinaba ya su talento para caminar por el laberinto de Circe y orientarse entre las sombras, como el minero que en las galerías subterráneas lleva el flash en la frente. El útero de un gimnasio periférico concitaba esa melancolía por el esfuerzo solitario de los nuevos gladiadores anónimos. En las paredes estaban, una vez más, los carteles como testigos mudos de gestas que el tiempo humedecería e ignoraría. Ahora, en Berlín, el hallazgo es esa belleza de las revistas de moda encontradas por casualidad en el cesto de la basura, la melancolía de las modelos de Armani como Venus de Samotracia en la ciudad del Pérgamo y la puerta de Brandeburgo ajusticiada por las goteras silenciosas de la modernidad, y al otro lado del andén, la gente con el paso detenido mirando fijamente las vías, esperando el tren que les adentra en los túneles, en las galerías de la mina. En toda esa multitud nadie habla, y la mirada es un ejercicio que apunta a un catálogo de objetos perdidos, hacia ese punto de fuga donde ninguna trayectoria coincide. Un objeto encontrado, la mirada, una metáfora de nuevo habitada, la oscuridad, la galería, los túneles que se asoman a un misterio de la identidad.

¿Es el azar el que preside este encuentro, o un estigma cultural? No sabemos bien si ya estaba ahí, anterior a todo, la percepción cultural aplastante o esa cámara en manos del fotógrafo, ese juguete inútil. En cualquier caso, la historia de una tradición y el deseo de afianzarse con una mirada de autor llevan a ese encuentro con la ciudad, un concepto que no proyecta aquí ninguna arquitectura, sino esa huella de los pasos perdidos, del azar y de la melancolía, esa búsqueda en la basura para encontrar un sentido a los detritus de los que nosotros y la estética contemporánea somos huérfanos.

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