sábado, 15 de mayo de 2010

Sergio Sotomayor


Neurocosmos. El espectro de la realidad
Hasta el 6 de Junio



Blanca Soto Arte presenta la primera exposición individual del artista Sergio Sotomayor (Murcia, 1976) titulada Neurocosmos. El espectro de la realidad. Un conjunto de obras que giran en torno al concepto de neurocosmos como la visión de una estructura que acoge todos los pensamientos vividos en el cosmos, una especie de almacén de sabiduría colectiva que no se borra. Algo parecido a nuestro ciberespacio, un lugar donde la información crece y crece y donde empiezan a emerger prototipos de inteligencia artificial.

Al observar la realidad que nos rodea, percibimos la repetición de procesos semejantes, tanto a nivel micro como macro, es decir, los procesos se emulan independientemente de su tamaño y complejidad, la esencia de su función suele ser la misma. Entonces, al mirar al cosmos y ver tantos astros y cuerpos celestes conectados entre sí mediante la radiación que emiten es inevitable la comparación con una gran red neuronal. Las radiaciones que viajan por el espacio se encuentran dentro del espectro electromagnético, es su longitud de onda lo que las diferencia y el universo está inundado de radiaciones que iluminan la materia que alcanzan. Entonces aparece el concepto de espectro visible, que se refiere a la luz que el ojo humano es capaz de percibir y que ilustra su realidad, el resto, es luz que no somos capaces de ver, colores desconocidos para nosotros, pero que están ahí y otros seres vivos sí son capaces de percibir, como es el caso del ultravioleta o los infrarrojos ¿podría entonces existir también un espectro de realidad, según el tipo de cerebro que la interprete?

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Neurocosmos es la primera de las cuatro series que componen la muestra. En ella un huevo, representación de la intención creadora, flota en un espacio vacío, una gran concentración de energía encerrada en el infinito que anhela encontrar el sustrato donde aposentarse y eclosionar en su búsqueda por el equilibrio y la subsistencia. La serie ilustra la pretensión de diferenciarse y poder generar vida en sus múltiples representaciones, algunas condenadas a la extinción por inadaptación o quizá por surgir prematuramente.

A continuación la serie Átomo actúa como la alegoría del comienzo de la existencia. De un lugar donde no había nada, la energía comienza a concretarse en materia, provocando la explosión efervescente de átomos dispersándose y agregándose bajo las leyes de la física con un aparente objetivo de crear estructuras superiores.

Por otro lado, la serie Piedra representa la huella física, lo material, el fósil que confirma que hubo vida hoy extinta, y que de alguna forma parece tener la finalidad de dejar constancia, al menos, de la información más básica de lo que allí pudo suceder. Carente de toda energía más que la que, por devenir casual, todavía mantiene unidos sus átomos, pero vacío de pensamiento, ¿dónde pudo ir a parar lo que aconteció? lo que fue vivido e interpretado por las mentes... ¿quedará alguna huella del pensamiento?

Por último la serie Cuántica cierra la muestra. En ella se plantea una reflexión sobre la vida dentro de un entorno infinito, un lugar intangible donde la conciencia es capaz de albergarse y continuar evolucionando en su escalada sin límite. A través de la computación cuántica, se abre la exploración tecnológica a las realidades paralelas que coexisten con nuestra percepción de la realidad y que podrían hacerse visibles a través de representaciones virtuales, creando extensiones tecnológicas de los sentidos más allá de la percepción convencional. Quizá, cuando estemos preparados para aplicar y dominar a nuestro antojo estas cualidades en el devenir de nuestra existencia, el ser humano sea capaz de manejar su suerte más allá de la mera intuición.

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