Hasta el 22 de Noviembre de 2008
KOWASA gallery abre la temporada del 2008-2009 con una exposición que rinde homenaje a Jaroslav Rössler, Eugen Wiskovský y Jaromír Funke, tres de las figuras más destacadas de la Vanguardia Checa (1920-1960). Cuatro portafolios editados por Prague House of Photography ofrecen una recopilación de las fotografías más representativas de los tres autores.
No fue hasta bien entrados los años sesenta cuando Jaroslav Rössler (1902-1990) fue rescatado del olvido al ser reconocida su sorprendentemente temprana aportación tanto en la historia de la fotografía checa como en el panorama de la vanguardia internacional. Cuarenta años atrás, en los años 20, Rössler había sido el primer fotógrafo en contacto con la modernidad checa y, por extensión, una figura clave en la historia de la fotografía internacional, un pionero de la abstracción a la altura de Man Ray, László Moholy-Nagy, Alfred Langdon Coburn y Christian Schad.
Dotado de naturaleza introvertida, Rössler encontró su equilibrio expresivo entre los juegos de una imaginación compulsiva con una racionalidad a la hora de construir su universo visual. Discípulo en el estudio de Frantisek Drtikol desde ya la temprana edad de los catorce años, donde se quedó hasta el 1925, Rössler pronto llegó a liberar la imagen de su fijación al modelo. Su afán por la experimentación estuvo en sinergía con los ideales del Poetismo, el movimiento anti-académico más progresista de la época. Algo que queda más que patente en la estética cubo-futurista de sus primeras composiciones (1922) con las que el artista a sus veinte anos anticipó los logros del Constructivismo y de la Nueva Objetividad.
Rössler destaca por sus montajes y sus concepciones. En sus composiciones dinámicas investigó las posibilidades de interacción entre el fotomontaje, el collage, el fotograma y los medios gráficos. Rössler liberó la tipografía del mensaje verbal anticipando el Letrismo, jugó con la luz y la sobra proyectada, experimentó con las transparencias, la solarización, los reflejos de los espejos, las sobreexposiciones y los ángulos inusuales. A sus manos, objetos tan comunes como una jarra o una radio adquirieron dimensiones plásticas inesperadas, al alcance de un minimalismo ensoñador que revela las posibilidades puristas de la abstracción fotográfica.
Igual que en el caso de creadores como Man Ray o Lázsló Moholy-Nagy, el constructivismo poético de Jaroslav Rössler no se quedó encasillado en su práctica artistica sino impregnó también su actividad comercial en la publicidad, el retrato y el teatro. Las últimas décadas de su vida creativa (1950-1960) se caracterizan por un espíritu de experimentación libre e intransigente que roza la sofisticación postmoderna: Rössler no dudó en reinventar a si mismo, reciclando sus antiguos negativos, de combinar y de sobreponer la imagen realista con la imagen abstracta.
Coetáneo de Rössler, Jaromír Funke (1896-1945) fue no sólo uno de los fotógrafos de la vanguardia checa más importantes en la década de los 20 y los 30, sino también un destacado teórico, editor, profesor de fotografía y co-fundador de la Sociedad Fotográfica de Praga. A finales de los años 10, Funke dio sus primeros pasos como amateur en la pequeña ciudad de Kolin nad Labem cerca de Praga, pero no tardó en realizar la transición del Pictorialismo a una aproximación abstracta de lo más radical.
A través de sus escritos y sus fotografías, Funke aportó su propia visión de la fotografía moderna, una tesis intelectual sólida en acorde con la doctrina del Fotogenismo, que desafiaba las técnicas y modas de la época como el fotograma o el fotomontaje, basadas en la manipulación o, incluso, la eliminación del dispositivo fotográfico. Feroz defensor de la “fotografía directa”, Funke apostó por la creación de la ilusión y la magia por la cámara, mediante los juegos de la luz y los objetos, a falta de cualquier manipulación. La serie “Time Persists”, que el autor creó inspirado en la fotografía documental de Atget tal como aparecía introducida en el discurso surrealista, incluye algunos de los mejores ejemplos de la teoría de la Fotogenia. Imágenes como “El Ojo” (1929) ponen en manifiesto que esta visión mágica y directa de la realidad es posible sin la mediación de trucos como el fotomontaje.
Las composiciones de Jaromír Funke improvisan con los medios más sencillos, pero sobre todo juegan con las sobras. La sobra proyectada con Funke llegó a su límite extremo, plasmada como una forma fantásmica que expresa la poesía y el lirismo inherente en el arte checo. El artista resumió su postura en 1940 dentro de su texto “Del Fotograma a la Emoción”: “El inicio y el objetivo es la emoción”, escribió, “se trata de una emoción en cierto sentido, algo como un sueño generado por la fantasía humana para ser concebido siempre dentro de una realidad fotográfica.”
La obra de Eugen Wiskovský (1888-1964) no es extensa ni en volumen ni en temáticas pero sí que lo es en originalidad, elaboración meticulosa y profundidad conceptual. Aunque la fotografía fue durante la mayor parte de su vida solo una afición que compaginaba con su trabajo como maestro en un colegio, traductor de libros y ya –entrados ya los años 40- editor en una revista de fotografía con Josef Ehm, en retrospectiva Wiskovský es uno de los representantes más singulares de la modernidad checa. Empezó a fotografiar cuando tenía 15 años pero sólo en los años veinte su práctica artística llegó a cristalizarse gracias a su amigo Jaromír Funke en Kolin nad Labem quien le familiarizó con la Nueva Objetividad y el Constructivismo.
La inventiva y la improvisación con objetos y texturas son los rasgos principales de un cuerpo de trabajo fotográfico guiado por la fe que “lo menos común el contenido, menos común tiene que ser la representación”. Wiskovský defendía una fotografía alejada de las artes visuales y sus modelos de representación. En los años 40, su interés por el paisaje le llevó a fotografiar los alrededores de Praga, igual que sucedería con Josef Sudek unos años más tarde. En estas series, paisajes simbólicamente cargados, sacados de la esfera del imaginario, expresan el ideal de Wiskovský: “Incluso en una fotografía de paisaje es posible un proceso capaz de dar alma a la masa muerta, una idea conductora que devuelve la vida a la imagen”.
Galeria Kowasa, Mallorca, 235 - Barcelona
No fue hasta bien entrados los años sesenta cuando Jaroslav Rössler (1902-1990) fue rescatado del olvido al ser reconocida su sorprendentemente temprana aportación tanto en la historia de la fotografía checa como en el panorama de la vanguardia internacional. Cuarenta años atrás, en los años 20, Rössler había sido el primer fotógrafo en contacto con la modernidad checa y, por extensión, una figura clave en la historia de la fotografía internacional, un pionero de la abstracción a la altura de Man Ray, László Moholy-Nagy, Alfred Langdon Coburn y Christian Schad.
Dotado de naturaleza introvertida, Rössler encontró su equilibrio expresivo entre los juegos de una imaginación compulsiva con una racionalidad a la hora de construir su universo visual. Discípulo en el estudio de Frantisek Drtikol desde ya la temprana edad de los catorce años, donde se quedó hasta el 1925, Rössler pronto llegó a liberar la imagen de su fijación al modelo. Su afán por la experimentación estuvo en sinergía con los ideales del Poetismo, el movimiento anti-académico más progresista de la época. Algo que queda más que patente en la estética cubo-futurista de sus primeras composiciones (1922) con las que el artista a sus veinte anos anticipó los logros del Constructivismo y de la Nueva Objetividad.
Rössler destaca por sus montajes y sus concepciones. En sus composiciones dinámicas investigó las posibilidades de interacción entre el fotomontaje, el collage, el fotograma y los medios gráficos. Rössler liberó la tipografía del mensaje verbal anticipando el Letrismo, jugó con la luz y la sobra proyectada, experimentó con las transparencias, la solarización, los reflejos de los espejos, las sobreexposiciones y los ángulos inusuales. A sus manos, objetos tan comunes como una jarra o una radio adquirieron dimensiones plásticas inesperadas, al alcance de un minimalismo ensoñador que revela las posibilidades puristas de la abstracción fotográfica.
Igual que en el caso de creadores como Man Ray o Lázsló Moholy-Nagy, el constructivismo poético de Jaroslav Rössler no se quedó encasillado en su práctica artistica sino impregnó también su actividad comercial en la publicidad, el retrato y el teatro. Las últimas décadas de su vida creativa (1950-1960) se caracterizan por un espíritu de experimentación libre e intransigente que roza la sofisticación postmoderna: Rössler no dudó en reinventar a si mismo, reciclando sus antiguos negativos, de combinar y de sobreponer la imagen realista con la imagen abstracta.
Coetáneo de Rössler, Jaromír Funke (1896-1945) fue no sólo uno de los fotógrafos de la vanguardia checa más importantes en la década de los 20 y los 30, sino también un destacado teórico, editor, profesor de fotografía y co-fundador de la Sociedad Fotográfica de Praga. A finales de los años 10, Funke dio sus primeros pasos como amateur en la pequeña ciudad de Kolin nad Labem cerca de Praga, pero no tardó en realizar la transición del Pictorialismo a una aproximación abstracta de lo más radical.
A través de sus escritos y sus fotografías, Funke aportó su propia visión de la fotografía moderna, una tesis intelectual sólida en acorde con la doctrina del Fotogenismo, que desafiaba las técnicas y modas de la época como el fotograma o el fotomontaje, basadas en la manipulación o, incluso, la eliminación del dispositivo fotográfico. Feroz defensor de la “fotografía directa”, Funke apostó por la creación de la ilusión y la magia por la cámara, mediante los juegos de la luz y los objetos, a falta de cualquier manipulación. La serie “Time Persists”, que el autor creó inspirado en la fotografía documental de Atget tal como aparecía introducida en el discurso surrealista, incluye algunos de los mejores ejemplos de la teoría de la Fotogenia. Imágenes como “El Ojo” (1929) ponen en manifiesto que esta visión mágica y directa de la realidad es posible sin la mediación de trucos como el fotomontaje.
Las composiciones de Jaromír Funke improvisan con los medios más sencillos, pero sobre todo juegan con las sobras. La sobra proyectada con Funke llegó a su límite extremo, plasmada como una forma fantásmica que expresa la poesía y el lirismo inherente en el arte checo. El artista resumió su postura en 1940 dentro de su texto “Del Fotograma a la Emoción”: “El inicio y el objetivo es la emoción”, escribió, “se trata de una emoción en cierto sentido, algo como un sueño generado por la fantasía humana para ser concebido siempre dentro de una realidad fotográfica.”
La obra de Eugen Wiskovský (1888-1964) no es extensa ni en volumen ni en temáticas pero sí que lo es en originalidad, elaboración meticulosa y profundidad conceptual. Aunque la fotografía fue durante la mayor parte de su vida solo una afición que compaginaba con su trabajo como maestro en un colegio, traductor de libros y ya –entrados ya los años 40- editor en una revista de fotografía con Josef Ehm, en retrospectiva Wiskovský es uno de los representantes más singulares de la modernidad checa. Empezó a fotografiar cuando tenía 15 años pero sólo en los años veinte su práctica artística llegó a cristalizarse gracias a su amigo Jaromír Funke en Kolin nad Labem quien le familiarizó con la Nueva Objetividad y el Constructivismo.
La inventiva y la improvisación con objetos y texturas son los rasgos principales de un cuerpo de trabajo fotográfico guiado por la fe que “lo menos común el contenido, menos común tiene que ser la representación”. Wiskovský defendía una fotografía alejada de las artes visuales y sus modelos de representación. En los años 40, su interés por el paisaje le llevó a fotografiar los alrededores de Praga, igual que sucedería con Josef Sudek unos años más tarde. En estas series, paisajes simbólicamente cargados, sacados de la esfera del imaginario, expresan el ideal de Wiskovský: “Incluso en una fotografía de paisaje es posible un proceso capaz de dar alma a la masa muerta, una idea conductora que devuelve la vida a la imagen”.
Galeria Kowasa, Mallorca, 235 - Barcelona
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